Milei entre la omnipotencia y la subestimación

Ni tanto ni tan poco. O, mejor, tanto y tan poco a la vez. Pero para analizar en profundidad hace falta partir de otras bases. La dirigencia nacional, desde hace ya mucho tiempo, vive atrapada en su incapacidad de actualizar su visión y sus propuestas. Y no solo eso: muestra una evidente falta de autenticidad y valentía para mirarse al espejo y afrontar con objetividad el balance autocrítico de sus propias experiencias. Sin cumplir esa tarea, con la honestidad intelectual que exigen las circunstancias, no puede salir de los lugares comunes que, una y otra vez, se repiten. 

A la hora de analizar el fenómeno que en lo político encarna Milei, desde Y Ahora Qué venimos insistiendo en la necesidad de evitar las simplificaciones. 

Ni la sobrestimación de aquellos que, obnubilados por el credo radical libertario y por la propia figura del excéntrico Presidente argentino, están convencidos de que Milei encarna un liderazgo omnipotente destinado a prevalecer por sobre cualquier obstáculo que se interponga en su camino. 

Ni tampoco la subestimación de quienes se rehúsan a reconocer que Milei, lejos de representar un “accidente político” pasajero (algo así como una suerte de desvío circunstancial del curso natural de la vida política e institucional del país, tal como venía sucediéndose), es la punta del iceberg de un proceso amplio y extendido en la sociedad que marca un antes y un después en la relación de la ciudadanía -mejor dicho, del pueblo- con la dirigencia.

Primera simplificación: Milei es invencible

La primera simplificación no nace de una mera ilusión, aunque termine llevando a sus partidarios al terreno de la alienación. Se basa en hechos incontrastables: desde la imprevista llegada de Milei a la presidencia, derrotando a las principales estructuras políticas establecidas (el peronismo y el PRO) como su transformación en una figura rutilante de la llamada nueva derecha a nivel mundial, con una especial ascendencia sobre las juventudes despolitizadas o, en su defecto, fanatizadas. 

A Milei lo exhiben – y utilizan – para estimular el tipo de radicalización necesaria para ampliar las bases de sus enceguecidos seguidores, como ocurrió cuando ofició de expositor en el acto organizado por Vox en Madrid semanas antes de las elecciones europeas. Una exposición que tuvo un amplio impacto comunicacional – especialmente en las redes sociales donde logra a veces picos de audiencias que se cuentan por centenares de millones – y que fue doblemente útil: para Vox y la extrema derecha que encarna, claro está. Pero también para Pedro Sánchez y el PSOE que lo utilizó para llevar agua para su molino y dejar, como jamón del medio, al Partido Popular. 

Milei con las ínfulas que se alimentan de su acelerado ascenso, observa a sus contradictores desde la cumbre de un estrellato vertiginoso que, indudablemente, le alimenta la inocultable fascinación que siente por sí mismo, solo comparable por la que profesa por su hermana Karina, El Jefe, y por sus “hijos de cuatro patas”, que según explicó el propio presidente tienen la particularidad de reflejar, cada uno de ellos, en su psicología perruna, las facetas de su propia personalidad. 

Es muy posible, incluso, que confunda el uso que hacen de él quienes cabalgan detrás de las excentricidades que protagoniza con el fin de disputar la centralidad y atraer la atención de las audiencias, con el significado del peso real que posee su accionar en el tablero internacional. Pero como sea, Milei está convencido de haber alcanzado, ya sea por sus éxitos políticos como por su “genialidad” intelectual (como el mismo se ocupó de resaltar decenas de veces) unas alturas a las que solo llegan los elegidos, aquellos tocados quien sabe cada cuanto por la varita mágica de los que están destinados a hacer historia. 

Milei desde esa posición de superioridad, alejado de lo mundano – que incluye las responsabilidades que emanan de su propia condición de Presidente y que le marcan insondables vacíos a su gestión – es hasta cierto punto comprensible que se sienta un personaje excepcional, único. Él mismo lo dice cada vez que puede: “soy el líder libertario más importante del mundo”, “el primer presidente libertario de la historia”, “son todos pigmeos (los políticos), yo juego en las ligas mayores” o “todos se mueren por estar en mi lugar, todos me envidian”. 

Además de erigirse como un economista iluminado capaz de explicarles a los líderes de Occidente (a los del presente y a los del pasado que ya duermen el sueño de los justos) que todo lo hecho hasta aquí, incluyendo los años dorados del Estado de Bienestar, responde a un grave equívoco, al parecer ignorado durante décadas por los más renombrados estadistas. El camino recorrido por la mayoría de las naciones desarrolladas, al parecer de Milei, nace del error primigenio de haber dado crédito a la figura abominable de John Maynard Keynes o a los despreciables neoclásicos, que a fuerza de meter al estado allí donde no se debe, terminaron sembrando la semilla del mal que nos está llevando como por un tubo a quedar a merced de las garras del socialismo y el comunismo.

Pero a pesar de tan contundente evidencia y del sombrío panorama que enfrenta el mundo libre, no deberíamos perder la calma. Porque -nos dice Milei- que abrazando las ideas de la libertad, no solo ya en la Argentina sino en el Occidente libre, aún hay tiempo de evitar que todo se derrumbe. Las ínfulas que alimentan su ego crecieron al calor de sus encuentros con los popes que protagonizan la vanguardia de la transformación tecnológica que aspira a remodelar el sistema de producción y de consumo a nivel global: Elon Musk (a quién visitó en dos oportunidades), Mark Zuckerberg (CEO de Meta), Sundar Pichai (CEO de Google), Timothy Cook (director ejecutivo de Apple) y Sam Altman (CEO de Open AI). Todos ellos, en el plano ideológico, exponentes de una visión que promueve la desregulación a ultranza de la economía, al punto de considerar la organización regulatoria de los estados nacionales (y hasta su propia existencia) como rémoras del pasado.

Dicho de otro modo: no parecería ser una hipótesis disparatada que Milei, en sus alucinaciones, sienta que, junto a las fuerzas del cielo, su recorrido triunfal está fogoneado por esa corriente formada por la fracción del capital tecnológico-financiero, para la cual el ideario libertario suena como música para los oídos. Esa visión fundamentalista y refundadora de todo lo existente, incluso de la propia condición humana, expresa la omnipotencia de la fracción de las corporaciones multinacionales que se ubican en la vanguardia del torbellino tecnológico que sacude al mundo, presionando para desarticular toda forma de regulación que impida su libre y fluido accionar. No le temen al monopolio porque ellas mismas son la quintaesencia del monopolio.   

Desde esa perspectiva, puede entenderse que para Milei todo aquello que concierne a lo doméstico sea una minucia en comparación con su “misión” trascendente, ya no solo para hacer de la Argentina la meca de “las ideas de la libertad” sino para transformarse, él mismo, en un actor decisivo a nivel global. Un objetivo que “los pigmeos” de la política local, con sus limitaciones, no alcanzan ni siquiera a vislumbrar. 

En ese sentido, y salvando las distancias, podría hacerse un cierto paralelo con Carlos Menem cuando, colmado por los elogios recibidos al tiempo que remataba el patrimonio público, abría la economía a la importación y se persignaba ante el altar neoliberal del mundo de los´90 endeudando al país a diestra y siniestra, era presentado en los principales foros internacionales con bombos y platillos por los popes del entonces establishment, como el ejemplo del estadista que estaba abriendo las puertas para el ingreso de la Argentina al Primer Mundo, cuando en realidad marchábamos directo al infierno. También Menem, cuya intuición y sagacidad política nunca fue puesta en tela de juicio, ni tampoco su sentido de la realidad, cayó sin embargo en la trampa de los encantadores de serpientes. Hasta el punto de haber creído contar con los méritos suficientes para ser elegido Premio Nobel de la Paz. ¿Creerá Milei ser merecedor del Nobel de Economía como algunos al parecer le susurran al oído? 

Ahora bien, hasta ahí los argumentos que explican el triunfalismo de los libertarios. Pero, sin dejar de considerar la fuerza e influencia que esta corriente internacional posee y que Milei asume como propia, la estabilidad del sistema político argentino aún se asienta en buena medida sobre los actores sociales que existen en el marco de la nación. A pesar de estar debilitados, y aun en abierto conflicto con las dirigencias nacionales en crisis, sería difícil pensar que el plan libertario pueda seguir su curso sin encontrar en el camino los límites creados por el propio efecto de las reacciones que ese mismo plan termine provocando en la sociedad, incluso entre quienes lo votaron y todavía lo apoyan.

Una cosa es prever los acontecimientos basándonos en las simplificaciones que nacen de considerar a Milei como un mero accidente pasajero, y creer que el advenimiento de una crisis política terminal está a la vuelta de la esquina. Y otra cosa es, como sostienen los libertarios a ultranza, sostener que es posible “resetear” la Argentina, con todo lo que ello significa (es decir, desmantelar el estado y la organización institucional del país), apelando a la “derivación” del conflicto social hacia la “casta”, como si la eficacia de esa fórmula fuera para siempre.

Las consecuencias económicas y sociales del “país” que imagina Milei (es decir, desmantelar el Estado y su organización institucional bajo el pretexto de achicar el gasto público y controlar el déficit) están lejos de reducirse a los efectos de su shock inicial. Según lo han puntualizado distintos economistas, su intención de desregular y desmembrar el estado, bajo el engañoso concepto de emprender “reformas”, llevaría a conformar una economía primarizada de carácter extractivo, profundizando el camino de la desindustrialización, cancelando (como ya de hecho corre) las políticas de sustitución de importaciones y generando islas (enclaves) articuladas al comercio internacional, pero con escaso efecto multiplicador sobre el mercado interno. Con un Estado chico, bajos salarios, desocupación y un mercado doméstico reducido en su capacidad de consumo. Es decir, el abandono definitivo del proyecto de desarrollo nacional que abra el camino a la recuperación y el progreso para la inmensa mayoría del pueblo argentino.

Al contrario, el horizonte libertario lleva, como lo demuestra la estrepitosa caída de la economía real, a disolver buena parte del tejido productivo que, aun en crisis y en retroceso, todavía existe como fuerza social real. A pesar del vacío creado por la dirigencia nacional que carece de un plan para enfrentar el programa disolvente que encabeza Milei. No es que Milei haya puesto en crisis a la dirigencia (cosa que sí hizo), más bien la crisis de la dirigencia creo a Milei. O puesto en otros términos: las “bajas defensas” posibilitaron que el “virus libertario” haga estragos en un cuerpo social extremadamente dañado y en conflicto con sus representantes. 

Pero aun siendo así, esa contradicción de fondo entre el programa libertario y la sociedad como un todo, tarde o temprano, a pesar de que todavía funcione el mecanismo de derivación del malestar social dirigido hacia la “casta”, terminará proyectándose sobre la figura del líder libertario. Puede evadir su responsabilidad por un tiempo, pero ese día indefectiblemente llegará porque todavía la figura institucional del Presidente de la Nación, a pesar incluso de la devaluación que sufren las instituciones en la consideración pública y de las gambetas que practica Milei intentando esquivar sus responsabilidades, termina concitando según sea el caso tanto los aplausos como los reclamos. Hoy el vínculo se sostiene por la esperanza de una promesa imposible de cumplir, y por lo tanto destinada a convertirse en una nueva decepción, aunque no sepamos el momento en que eso sucederá.  

Segunda simplificación: Milei es un mero accidente

Desde esta columna venimos insistiendo en que mientras funcione el dispositivo que, en una proporción significativa, deriva el malestar y la bronca social hacia la “casta”, el Presidente, representando paradójicamente el papel del líder anti-sistema que actúa en contra de la institución cuya jefatura ejerce, tiene la posibilidad cierta de evadir y “patear hacia adelante” buena parte del costo que provoca el empeoramiento de la situación económica y social producida por sus propias medidas.

No existe ninguna relación lineal entre el malestar social y el debilitamiento político de Milei. Es indudable que, con la agudización de la crisis, el descontento y el malestar pongan en movimiento reacciones que bien pueden convertirse en un renacer de la política. Pero esa posibilidad exige de la presencia activa de una dirigencia con capacidad de unificar sus voluntades y volver a legitimar sus vínculos con buena parte de la sociedad argentina que, con razón, la cuestiona y rechaza. De otra manera la energía social generada por la propia crisis se esteriliza mediante la dispersión y la multiplicación de conflictos de orden secundario, que terminan de acentuar la fragmentación y los desencuentros.

A su vez, en la misma dirección, la crisis impone a los individuos la necesidad de la sobrevivencia y, por lo tanto, obliga en los hechos a adaptarse a las duras condiciones materiales imperantes, enfrentándolas cada como uno puede. El común denominador es el estado de preocupación, que, ante el vacío político, nos lleva a ensimismarnos en la búsqueda de soluciones individuales frente aquello que nos amenaza y nos agobia. Esta realidad marca la vida cotidiana de millones de argentinos, un estado que nos hace mucho más vulnerables y proclives a aferrarnos a las promesas ilusorias de “líderes” fundamentalistas como Milei.    

No es verdad, como erróneamente razona el economicismo, que las crisis crean espontáneamente conciencia y abren el camino a una acción política superadora. Sobre esa falsa relación se han escritos párrafos memorables y definitivos, concluyendo que sin la intervención del factor de la política y de la conciencia, entendida como sinónimo de un estado de comprensión que enlaza la búsqueda de las soluciones individuales con la afirmación de un proyecto de país (exactamente al revés de lo que pregonan los libertarios) las reacciones sociales espontáneas se terminan consumiéndose a sí mismas. Pueden incluso provocar un movimiento regresivo, acentuando la degradación social y política. ¿Acaso nuestra propia experiencia no es prueba de ello? Sería inexplicable de lo contrario que un país como la Argentina haya llevado a más del 50% de la población por debajo de la pobreza, proceso que fue acompañado por un creciente vaciamiento de las prácticas políticas.     

Volviendo a Milei, no es que el shock de ajuste no provoque malestar y no agudice la crisis social. Todos los estudios de opinión coinciden en que la ciudadanía siente claramente que sus condiciones de vida han empeorado de manera significativa. No existe una negación al respecto: mayoritariamente se asume que desde la llegada de Milei al poder, las cosas están mucho peor. 

La cuestión es hacia dónde se dirige la reacción negativa que ese malestar, en muchos casos angustiante, produce: ¿Se proyecta sobre Milei o se proyecta sobre la “casta”? Lo que se verifica es que, todavía, el malestar refuerza más el odio hacia la dirigencia “tradicional”, especialmente sobre aquellas figuras estigmatizadas, que sobre quién “actúa” como el inquisidor que llegó para ponerle fin a tantas injusticias y descargar la ira del pueblo sobre los responsables de llevar durante décadas al país a la pobreza, la corrupción y la decadencia. Si es necesario, quemándolos en la hoguera y sometiéndolos al escarnio público, como lo hizo ya reiteradas veces. Además, no hay que dejar de señalar que ese mismo malestar envilece la vida social, al tensionar todos los vínculos y crear, por necesidad, la reacción que busca la figura del chivo expiatorio, no importa dónde, para depositar la responsabilidad de aquello que nos violenta o nos limita.

La fórmula que Milei utiliza para mantener viva la derivación de responsabilidades hacia la “casta” es relativizar cualquier efecto negativo de sus medidas en función de “la magnitud del desastre” que él vino a resolver. Ante cualquier observación sobre el efecto del brutal ajuste, Milei responde con la siguiente fórmula: “¿Y qué pretenden? ¿Que resolvamos en meses el desastre que los políticos ladrones hicieron durante los últimos 40 años y, fundamentalmente, durante los últimos 20 años de kirchnerismo?”

Es decir, el relato se sostiene sobre una trama argumental que no debería subestimarse en tanto en muchos sectores de la sociedad ha echado raíz una serie de prejuicios en línea con la convalidación de ese diagnóstico, simplista pero efectivo. Y, además, ha quedado en evidencia que la dirigencia nacional, desde hace ya mucho tiempo, vive atrapada en su incapacidad de actualizar su visión y sus propuestas. Y no solo eso: muestra una evidente falta de autenticidad y valentía para mirarse al espejo y afrontar con objetividad el balance autocrítico de sus propias experiencias. Sin cumplir esa tarea, con la honestidad intelectual que exigen las circunstancias, no puede salir de los lugares comunes que, una y otra vez, se repiten. Y mucho menos aún, presentarle a la sociedad argentina un plan renovado capaz de dar respuestas reales, desde la perspectiva del interés nacional y del pueblo, a los desafíos del presente y del futuro. 

Las banderas que llevaron a la encerrona que terminó beneficiando a Milei tuvieron un sesgo autodefensivo y auto-referencial, basado en la defensa del pasado y, en no pocos casos, intentando contraponer la memoria de lo que se vivió hasta el 2015 con lo que sucedió durante el macrismo, sin asumir como propia la fallida gestión de Alberto Fernández ni tampoco aceptando, con templanza y objetividad, las restricciones del modelo económico que se expresaron mucho antes de la finalización del segundo mandato de Cristina Kirchner.

En reiterados análisis se han puntualizado los errores de ese enfoque, máxime cuando en amplios sectores de la población prevalecía una demanda de cambio. Como sea, quienes vienen pronosticando una crisis política inminente que ponga a Milei entre las cuerdas, parecerían subestimar la complejidad de factores que están en juego, otorgándole, aunque sea en forma transitoria, sustentabilidad al libertario y su programa.

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