Yo, Napoleón y la fe

Un artista plástico propuso en una obra a Milei como un émulo de Napoleón, fortaleciendo un tejido que vela, por ejemplo, la licuación de los ingresos de los jubilados y la creciente postración de la actividad económica. Pero la intervención visual eligió justo al Napoleón que había abdicado. Los peligros del optimismo excesivo.

Como es sabido, conforme se desplegaba durante el siglo XIX la Revolución Industrial, dos colosos del pensamiento filosófico, político y económico, quizá los más solventes, elaboraron una crítica minuciosa del capitalismo. Con frecuencia escribieron a dúo, y en uno de esos luminosos encuentros sentenciaron como al pasar que el lenguaje es la realidad inmediata del pensamiento, o sea, que los seres humanos lo ponen de manifiesto apelando a diversos sistemas de signos para expresarse y comunicarse entre sí. La idea, se mire por donde se la mire, habilita senderos de análisis dignos de ser explorados, aunque paradójicamente el pensamiento sin el lenguaje no resultaría deducible, ni a la inversa, componiendo entonces un complejo mecanismo de expresión. 

Lo que se dice puede ser formalmente correcto, falaz o verdadero, pero además se pone allí para ser interpretado, como cuando recientemente la vicepresidenta, doctora Victoria Villarruel, refiriéndose a la movilización (bajo la consigna “Memoria, Verdad y Justicia”) convocada para el 24 de marzo por numerosas organizaciones de derechos humanos, sindicatos y movimientos sociales, aseguró que “estamos en un Estado democrático; si quieren festejar el golpe, allá ellos, yo no lo festejo”.

Algo sonó mal en sus palabras, habida cuenta de que la movilización, como todos los años, sería una nueva expresión de repudio al golpe de Estado de 1976, y ninguno de los “ellos” aludidos se plantearía siquiera la posibilidad de un festejo, y menos aún la necesidad de negarla. En esta ocasión, por añadidura, complementando la consigna más usual (“Memoria, Verdad y Justicia”) las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, las Abuelas de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S. y otras organizaciones decidieron responder conjuntamente al negacionismo del gobierno y a su letal política económica, y agregaron otra consigna: “30.000 razones para defender la patria, nunca más miseria planificada.”

El entrevistador,  Jonatan Viale, trató de corregir el entuerto. Dijo: “No, festejar el golpe no… conmemorar me imagino, ¿no?”. Proponía una salida elegante en un tono ligeramente menor, pero la vicepresidenta insistió: “No sé, claramente hay un morbo con esa fecha…”. “¿Por qué lo decís?”, replicó Viale, todavía esperanzado. “Porque toda la izquierda parece que se le va la vida si el 24 de marzo no logran que se escuche su mensaje que está ininterrumpido desde hace cuarenta años  ̶ concluyó la doctora Villarruel ̶ . Y acá el problema es que lo que estamos debatiendo es que la memoria es para todos, que los derechos humanos son también para los argentinos del hoy, que los tienen en muchas oportunidades  violados por gobiernos como los que pasaron, entonces, bueno…”

En paralelo al reportaje a Villarruel durante el cual, pese a los esfuerzos del entrevistador, se desplegó un discurso desbordante de claroscuros, y mientras se aceleraban los preparativos para la marcha del 24 de marzo, el Presidente Milei se entusiasmó dando like y elogiando en las redes como gran obra a una especie de pastiche posmoderno colgado por el artista plástico Fabián Pérez. En el margen superior de la pieza es legible, en riguroso inglés, de qué se trata: javier milei  ̶  president of argentina; luego, en la línea siguiente, el artista agrega: “viva la libertad, carajo” by fabian perez; y finalmente, en el tercer renglón, define la materialidad del producto: acrylc on canvas 24×30.

Claro que la imagen en sí misma llama la atención porque el rostro adusto de Milei, con su mirada torva que parece decidida a clausurar hasta el espectro de una duda propia o ajena, corona un cuerpo pícnico enfundado penosamente en un uniforme lleno de botones al estilo, hay que decirlo, napoleónico. Milei aparece con el brazo apoyado en el respaldo del sillón de terciopelo rojo, flanqueado por una gran bandera argentina y el extremo de un escritorio con una imagen de Juan Bautista Alberdi. Pero llama la atención porque el ahora Presidente Milei utilizó a las redes sociales desde el comienzo de su carrera política para mezclarlo todo, insultar a propios y ajenos, armar concienzudamente batifondos siempre gananciosos, presentarse como la encarnación de una revolución copernicana, por ejemplo, o el mejor lector de las Escrituras en lo que a Moisés se refieren, o la encarnación de algunos personajes de celuloide temibles como Terminator. Pero en este caso el artista parece intervenir con el rostro de Milei un cuerpo que no es el de cualquier Napoleón, sino el de “Napoleón abdicando en Fontainebleau”, la pintura hecha en 1846 por el gran romántico Paul Delaroche en la cual, a juzgar por su vestimenta y la postura, se habría inspirado Fabián Pérez.

Ese Napoleón ya no sería de nuevo el “meteoro” corso que había irrumpido en la escena europea y brillado durante tres lustros y, como dijo el político y escritor François-René de Chateaubriand, otro gran romántico, “todos los días cambiaba la geografía”. Ya no sería siquiera el alumno codicioso no muy apreciado en la escuela, siempre de acuerdo con Chateaubriand, por “negligente y gruñón”, que “no se hacía querer de sus maestros porque todo le parecía mal”, ni el joven militar con veleidades literarias que entre 1784 y 1793 escribiría cartas destinadas a las personalidades más diversas del momento mientras estudiaba geografía, historia, filosofía y economía, mezclando a Herodoto con Estrabón o con Diodoro de Sicilia, Filangieri, Mably o Smith.

El desconcierto que provoca la imagen de Fabián Pérez habilita otra cuestión, no por banal (habida cuenta de que compromete hasta la cabellera) menos importante, y sirven para dilucidarla algunas observaciones de la duquesa de Abrantes (también aludida por Chateaubriand): “En esta época de su vida Napoleón era feo. Más adelante obró en él un cambio total. No hablo de la aurora prestigiosa de su gloria; me refiero tan sólo al cambio físico que se experimentó en él luego de siete años. Él, que era descarnado, pálido y de un aspecto enfermizo, se cubrió de carnes, mejoró de color y se embelleció. Sus facciones angulosas y puntiagudas se redondearon; su mirada y sonrisa no se alteraron, siendo siempre admirables. Su peinado, que tanto nos choca hoy en los grabados de Arcola, era entonces muy sencillo, porque esos mismos pibes que tanto le desagradaban tenían el pelo aún más largo; pero su tez estaba tan amarilla en esa época, y cuidaba tan poco de su  compostura, que sus cabellos mal peinados le daban un aspecto desagradable. Sus pequeñas manos han sufrido también una metamorfosis; en aquella época eran delgadas, largas y muy morenas. Sabido es hasta qué punto llegó después su vanidad por ellas, y con razón.” Según la duquesa, en 1795 Napoleón andaba a paso desgarbado e incierto, con un mal sombrero encajado hasta las cejas y dejando escapar sus dos “orejas de perro” mal empolvadas. Y concluye: “Cuando evoco su recuerdo de aquella época y le miro después, no puedo ver el mismo hombre en los retratos.”

Así que la belleza de Napoleón coincidió con la expansión de su poderío, hasta que ya “no veía enemigos” y decidió romper los tratados de paz vigentes, señala  Chateaubriand, y lanzarse contra Rusia para poner al zar Alejandro de rodillas. Fue una campaña que nació de un error de apreciación y terminaría por un error estratégico. Hubo triunfos franceses notables, como la batalla de Borodino, y una fortuna que inicialmente pareció inclinada a favor de ellos, como la fallida venganza del gobernador de Moscú, conde Rostopschin. En efecto, de acuerdo con los planes de Rostopschin “un globo monstruoso, que había costado mucho, debería cernirse sobre el ejército francés, coger al emperador en medio y abatirse sobre él en una lluvia de hierro y fuego; pero en las pruebas se rompieron las alas del aeróstato y hubo que renunciar a la bomba de las nubes”. 

En este punto algunos rusos desplegaron una estrategia de tierra arrasada. Incendiaron y dinamitaron Moscú, donde se alojaba Napoleón con habitaciones en el Kremlin, y se replegaron esperando la llegada del invierno, circunstancia climatológica que aconsejaba también la retirada urgente de los franceses. Pero Napoleón se decidió tardíamente, apunta Chateaubriand: “Durante treinta y cinco días, como esos formidables dragones de África que se duermen después de haberse saciado, él se había olvidado: eran al parecer, los días necesarios para cambiar la suerte de tal hombre. Durante ese tiempo caía el astro de su destino. Al fin se despierta, estrechado entre el invierno y una capital incendiada; se desliza fuera de aquellos escombros; pero era ya tarde: cien mil hombres estaban condenados.”

Esta última aventura terminó, luego de diversas peripecias bélicas menores, con la derrota de Napoleón y su caída en desgracia. La pintura de Paul Delaroche intervenida por Adrián Pérez con el rostro de Milei se refiere a la aceptación de Napoleón, el 11 de abril de 1814, del Tratado de Fontainebleau, por el cual renunciaría a todos sus derechos de soberanía sobre los territorios otrora bajo su dominio, excepto la isla de Elba, donde sería desterrado. Pero queda un detalle a tener en cuenta, sobre todo porque no faltaron quienes vieron en los admiradores de la imagen de Adrián Pérez un tributo a la ignorancia, y argumentaron que resulta difícil conciliar su pretendido triunfalismo con la obra de Paul Delaroche en la cual se habría inspirado. Y como sucede ahora entre nosotros, cuando cada vez resulta más difícil distinguir a los emisores de los discursos, los anuncios, su alcance y a qué se refieren, sirva de consuelo (o desconsuelo) que el 11 de abril de 1814 Napoleón había hecho pública su carta de abdicación y abandonó Fontainebleau recién el 20 de abril, en una fragata inglesa, hacia la isla de Elba. Las imágenes aludidas, tanto la de Delaroche como la de Pérez, tienen que ver con un optimismo excesivo y un tono otoñal y melancólico que irradian simultáneamente.

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